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sábado, 18 de febrero de 2012

MUDRAS MAYAS

COPÁN. EL MISTERIO DE LOS MUDRAS

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el parque arqueológico de COPÁN, en Honduras, es una impresionante muestra de la grandiosidad de la civilización maya. La visita a este antiguo centro ceremonial meroamericano deja en el viajero la sensación de estar entrando en un mundo TAN HERMOSO COMO MISTERIOSO.



Una intensa lluvia azotaba las ruinas de Copán. La cola de la tormenta tropical Alma me había perseguido durante las seis largas horas de viaje que separan San Pedro Sula de la llamada “Atenas Maya”, en Honduras, y me obligó a refugiarme en el interior del Museo de las Esculturas. Ahora creo que no fue por casualidad. Atravesé el largo túnel que conduce al interior del recinto y me sobrecogí al descubrir al otro lado una reproducción, a tamaño real, del templo de Rosalila, un edificio de 14 metros de alto, ricamente decorado y pintado en colores rojo, verde y amarillo que fue descubierto en 1989 en medio de la selva, bajo otras construcciones mayas. Frente a él, también calado por el agua, me esperaba Antonio Ríos Aguilar, uno de los más expertos guías del complejo arqueológico que trabaja codo con codo con los historiadores que tratan de desvelar en la actualidad los secretos de esta ciudad maya. Juntos recorrimos los pasillos del museo observando el famoso Altar Q así como algunas de las más famosas estelas Copán, entre ella la del rey 18-Conejo. Fue entonces cuando reparé en algo sorprendente. Los rasgos del famoso rey maya eran ¡orientales! Diría más, chinos. Pero, ¿podían los chinos haber viajado a América antes que Colón y dejado su impronta en esas latitudes?

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Semilla "KAN" (sello Nº4)


Otros videos de la serie: Dragón, Viento, Noct, Serpiente, Luna y “OC” etc.

INTERCAMBIOS CULTURALES

En la segunda planta del museo hallaría alguna que otra clave que reforzaría mi intuición. Varias figuras esculpidas en los frisos de los edificios copanecos mostraban a los reyes con unas extrañas posiciones en las manos.

    ¡Parecen mudras! –exclamé.
    En efecto –me explica Antonio–, los mayas practicaban la meditación y muchas de las estelas que verás a continuación muestran posiciones de las manos en esa actitud.

Los mudras son sencillos gestos corporales, empleados generalmente en el Hatha-Yoga, pero, también, en otros tipos de meditación, que tienen por objeto canalizar adecuadamente la energía a través de nuestro cuerpo. Aunque su origen no está claro, las primeras referencias escritas a estos gestos se hallan en el contexto budista. Eran empleados en ceremonias secretas dentro de los ritos del Budismo Tántrico Tibetano, el Budismo Chino, conocido como Chen-Yen, y el Budismo Japonés. En este caso, los mudras, junto a los mandalas, los mantras y las asanas, se utilizaban para los Tres Misterios –espíritu, habla y cuerpo– que servían para armonizar y ayudar a conseguir la iluminación.

Y lo que tenía ante mis ojos era un auténtico desafío. ¿Cómo era posible que los antiguos mayas conocieran y practicaran técnicas meditativas propias de otras latitudes? ¿Alguien había fijado su atención en estas similitudes?

En efecto, el especialista Shao Pang-Hua constató cómo muchos frescos y ­frisos mesoamericanos reproducían muy a menudo posiciones yóguicas estándar. La posición del loto o padmasana, por ejemplo, ha sido hallada con frecuencia, y también el lalitasana o postura relajada y llena de gracia, así como mudras –gestos– en manos y pies. Eso sólo podía evidenciar una cosa; que los mayas establecieron algún tipo de contacto con viajeros de otros continentes antes del descubrimiento de América. Eso sostiene, entre otros, Alice B. Kehoe, del Departamento de Antropología de la Universidad de Wisconsin-Milwaukee en un trabajo titulado The Fringe of American Archaeology: Transoceanic and Transcontinental Contacts in Prehistoric America. Kehoe advierte de las semejanzas culturales, juegos, tecnologías e, incluso, entre las pirámides escalonadas mayas y estructuras similares del Sudeste Asiático, sobre todo de Camboya. La pirámide de los nichos, en Tajín, estado de Veracruz, en México, es sorprendentemente similar a los templos camboyanos y lo mismo ocurre al comparar Teotihuacán, también en el país azteca, con el Palacio.

martes, 14 de febrero de 2012

APRENDIENDO CÓMO SE APRENDE



El autor de uno de los 10 descubrimientos del año según 'Science' explica su investigación

Su equipo ha demostrado la relación entre las conexiones neuronales y el aprendizaje

Una hipótesis asumida como válida por la mayoría de estudiosos de la fisiología del cerebro es que éste cambia en su estructura interna cada vez que aprendemos algo. Aprender y recordar serían fenómenos que modifican la organización cerebral, bien sea en proporciones mínimas.

Esta afirmación no es nada novedosa, porque desde los tiempos de Santiago Ramón y Cajal (es decir, hace más de un siglo) se ha venido aceptando que los lugares donde unas células nerviosas hacen contacto con otras (denominados sinapsis) es donde ocurren los cambios en estructura que nos permiten aprender, recordar u olvidar.

Por dificultades experimentales, debidas sobre todo al pequeño tamaño de los contactos sinápticos, hasta los años 70 del siglo pasado no se comenzó el abordaje experimental de la mencionada hipótesis. Los doctores Bliss y Lømo, investigadores en aquel entonces de la Universidad de Oslo, fueron los primeros en demostrar que los contactos que las células nerviosas establecen entre sí son susceptibles de modificar la intensidad de sus conexiones [es decir, durante el momento en que se está aprendiendo las sinapsis potencian la intensidad de sus contactos eléctricos], mediante el proceso denominado potenciación a largo plazo. Se suponía, asimismo, que si se altera dicho mecanismo de potenciación no es posible aprender.

Una limitación importante de estos estudios es que fueron realizados en animales anestesiados o, incluso, utilizando pequeños trozos de tejido nervioso, situaciones ambas muy alejadas de cómo se aprende en realidad. Por supuesto, para aprender hay que estar despierto y alerta y en plenas condiciones fisiológicas.

En cualquier caso, los experimentos de Bliss y Lømo, así como los de otros muchos investigadores que les siguieron, fueron extraordinariamente importantes para el avance de nuestro conocimiento sobre los mecanismos neuronales del aprendizaje. En estudios sucesivos se pudo comprobar que la potenciación a largo plazo depende de la activación de un receptor para el glutamato (un mensajero químico que utilizan las neuronas para su comunicación) conocido por las siglas NMDA.

Ha habido que esperar más de 30 años hasta que ha sido posible comprobar, por así decirlo, en vivo y en directo, que las predicciones acumuladas y parcialmente contrastadas a lo largo de este tiempo eran ciertas en un grado más que considerable.

Así, el grupo de investigación que dirijo, ubicado en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, emprendió hace años el diseño y desarrollo de técnicas electrofisiológicas de registro de la actividad cerebral en animales de experimentación durante el momento en que el aprendizaje tiene lugar.

En enero del pasado año, y en colaboración con la Dra. Agnès Gruart, de nuestro grupo, y la Dra. María Dolores Muñoz, del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, publicamos un artículo en la revista 'Journal of Neuroscience' en el que por vez primera se demostraba la relación existente entre el mecanismo sináptico de la potenciación a largo plazo y el receptor NMDA durante el proceso mismo de aprender. La importancia de este estudio reside, sobre todo, en las ingeniosas técnicas de microestimulación y de registro eléctrico desarrolladas por nuestro laboratorio.

Meses después, un grupo del Instituto Tecnológico de Massachussets y otro de la Universidad del Estado de Nueva York confirmaron el mismo descubrimiento en la revista 'Science'. Estos tres estudios han abierto una nueva e importante vía experimental para un mejor conocimiento de cómo el cerebro nos permite realizar un proceso, a la vez tan complejo como poco conocido, como es aprender. Al tiempo, los tres trabajos han merecido ser reconocidos por la revista 'Science' como una de las diez contribuciones científicas más importantes realizadas a lo largo del pasado año.

El futuro desarrollo de las líneas experimentales explicadas brevemente aquí permitirá acercarnos cada vez más a los mecanismos neuronales mediante los cuales es posible aprender: desde cómo se almacenan en nuestro cerebro las nueve cifras que componen un número de teléfono hasta cómo se automatiza el conjunto de actos motores y mentales que nos permiten pintar un cuadro o escribir un poema.

sábado, 4 de febrero de 2012

¿DÓNDE RESIDE LA MEMORIA?



 Está distribuida. La memoria de corto plazo se retiene en la corteza prefrontal (muy extraña).

La amígdala almacena miedos y fobias.

El Lóbulo temporal almacena memoria semántica.

El hipocampo almacena memoria a corto palazo y la convierte en memoria a largo plazo.

Y se tienen otros centros, como el cerebelo que controla movimiento y equilibrio.


La ubicación física de la memoria se ha revelado como uno de los grandes “santos griales” de la ciencia del nuevo siglo. Desde Francis Crick –co-descubridor de la estructura del ADN– en la década de 1940, hasta el presente, la memoria ha sido buscada tanto en regiones específicas del cerebro como fuera de él, conectándose como una función “inalámbrica” al mismo cuerpo.

Tras más de un siglo de investigaciones, los científicos aún no logran dilucidar por qué ninguna parte del cerebro parece ser la responsable de alojar nuestros recuerdos. Numerosos neurofísicos han intentado desentrañar residencias de la memoria en el interior del encéfalo; uno de los más populares, realizado hace más de un siglo por el neurofisiólogo Kart Lashley, demostró que aún después de seccionarse hasta un 50% del cerebro de una rata, ésta podía recordar los trucos con que se la había instruido. Lo sorprendente del experimento residía en que los roedores continuaban ejecutando los actos aprendidos, independientemente de qué mitad de su cerebro había sido seccionada. Investigaciones sucesivas revelaron resultados similares en especies como el pulpo.

La teoría holográfica, nacida de experimentos como los de Lashley, considera que la memoria podría residir no en una región concreta del cerebro, sino en todo el órgano por igual. Sin embargo, la neurología ha descubierto que el cerebro es una masa sináptica en permanente cambio; todas las sustancias químicas y células interactúan y cambian de posición de forma constante. Teniendo en cuenta semejante plasticidad del encéfalo, es difícil sostener cómo la memoria podría alojarse en la distribución completa del cerebro, para ser recuperada desde un cerebro completamente distinto. Ante este panorama tan amenazante para la biología mecanicista tradicional, muchos investigadores han comenzado a pensar que la verdadera residencia de la memoria se encuentra en un espacio dimensional no observable, y que el cerebro no actúa como portador de ella, sino como el nexo físico necesario para relacionar al individuo con un “campo abstracto” situado fuera del cerebro, al que se ha venido a denominar “campo mórfico o morfogenético”.

Desde que el doctor Rupert Sheldrake, reconocido investigador y biólogo del Trinity College de Cambridge, además de autor de varios libros y numerosos artículos de carácter científico –ver la sección de “El laberinto de la mente” de ENIGMAS nº 154– fundara la teoría de los campos morfogenéticos, la investigación de la mente ha discurrido por dos vertientes diametralmente opuestas.

Eugenio Vallvé