CANTON, Georgia
– Cuando el doctor Michael Anderson se entera que sus pacientes de familias de
bajos ingresos batallan en la escuela primaria, normalmente les da una probada
de un medicamento potente: Adderall.
Las píldoras
estimulan la concentración y el control de impulsos en niños que padecen
trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Aunque el TDAH es
el diagnóstico que hace Anderson, dice que el trastorno es “inventado” y “una
excusa” para recetar las pastillas para tratar lo que considera la verdadera
enfermedad de los niños: bajo rendimiento académico en escuelas inadecuadas.
“No tengo muchas
opciones”, dijo en una entrevista Anderson, un pediatra para muchas familias
pobres en el condado Cherokee, en el norte de Atlanta. “Como sociedad decidimos
que es demasiado caro modificar el entorno de los chicos. Así es que tenemos
que modificar al niño”.
Anderson es uno
de los partidarios más francos de una idea que está generando interés entre
algunos médicos. Recetan estimulantes a los alumnos en apuros en las escuelas a
las que les falta dinero extra, no necesariamente para tratar el TDAH, sino
para impulsar el desempeño académico.
Aún no está
claro si Anderson es representativo de una tendencia en ampliación. Sin
embargo, algunos expertos notan que mientras los estudiantes adinerados abusan
de los estimulantes para aumentar calificaciones que ya son buenas en
universidades y bachilleratos, se están utilizando las medicinas en niños de
primaria de familias de bajos ingresos que sacan calificaciones reprobatorias y
cuyos padres están ansiosos por verlos triunfar.
“Nosotros, como
sociedad, hemos estado dispuestos a invertir en intervenciones no farmacéuticas
muy efectivas para estos niños y sus familias”, dijo Ramesh Raghavan, un
investigador en servicios de salud mental infantil en la Universidad de
Washington en San Luis y experto en el uso de medicamentos controlados en niños
de bajos ingresos. “De hecho, estamos forzando a los psiquiatras de las
comunidades locales a usar la única herramienta a su disposición, que son los
medicamentos psicotrópicos”.
La doctora Nancy
Rappaport, una psiquiatra infantil en Cambridge, Massachusetts, quien trabaja
principalmente con niños de muy bajos ingresos y sus escuelas, agregó: “Cada
vez vemos más esto. Estamos usando una camisa de fuerza química en lugar de
hacer cosas que también es igual de importante hacerlas, en ocasiones hasta
más”.
La motivación de
Anderson, dijo, es la de un “pensador de la justicia social”, quien está
“igualando los platillos de la balanza un poquito”. Comentó que los niños a los
que atiende que presentan problemas académicos esencialmente son “incompatibles
con su entorno”, la estaca cuadrada que no encaja en el agujero redondo de la
educación pública. Debido a que es raro que la familia pueda pagar terapias
basadas en la conducta, como clases particulares y terapia de familia, dijo,
los medicamentos se convierten en la forma más confiable y pragmática para
reorientar a los alumnos hacia el éxito.
“A los niños que
sacan A y B, no se las pongo”, dijo. A algunos padres, las pastillas les
brindan gran alivio. Jacqueline Williams dijo que no puede agradecer suficiente
a Anderson por diagnosticar el TDAH en sus hijos – Eric de 15 años, Chekiara de
14 y Shamya de 11 – y recetarles a los tres Concerta, un estimulante de acción
prolongada. Contó que cada uno tenía problemas para escuchar instrucciones y
concentrarse en el trabajo escolar.
“Mis hijos no
querían tomarlo, pero les dije: 'Estas son sus calificaciones cuando las toman,
éstas cuando no’, y entendieron”, dijo Williams, y notó que Medicaid cubre casi
cada centavo del médico y las recetas.
Algunos expertos
ven poco daño en un médico responsable que usa Ritalin o algún otro fármaco
parecido para ayudar a un alumno en apuros. Otros – incluso entre los muchos
como Rappaport que elogian el uso de estimulantes como tratamiento para el
clásico TDAH – temen que los doctores estén exponiendo a los niños a injustificados
riesgos físicos y psicológicos. Se han reportado efectos secundarios de las
drogas que incluyen supresión del crecimiento, aumento en la presión sanguínea
y, en raras ocasiones, episodios psicóticos.
Según los
lineamientos publicados el año pasado por la Academia Estadounidense
de Pediatría, los médicos deberían usar una de varias escalas para calificar el
comportamiento, algunas de las cuales presentan docenas de categorías para
asegurar que el niño no sólo cumpla con los criterios del TDAH, sino que no
presente alguna afección relacionada, como dislexia o trastorno oposicionista
desafiante, en el cual el enojo intenso se dirige hacia las figuras de
autoridad. No obstante, en un estudio de 2010 publicado en la revista Journal
of Attention Disorders se indica que al menos 20 por ciento de los doctores
dijo que no sigue ese protocolo cuando diagnostican el TDAH, y muchos de ellos
siguen su instinto personal.
En el estante en
la cocina de la familia Rocafort en Ball Ground, Georgia, junto a la mantequilla
de cacahuate y el caldo de pollo, hay una canasta de metal rebosante de frascos
de las medicinas de los niños, recetadas por Anderson: Adderall para Alexis de
12 años e Ethan de nueve; Risperdal (un antipsicótico para estabilizar el
estado de ánimo) para Quintn y Perry, ambos de 11, y Clonidine (una ayuda para
dormir al contrarrestar los demás medicamentos) para los cuatro, el que toman
por las noches.
Quintn empezó a
tomar el Adderall para el TDAH hace como cinco años, cuando su comportamiento escolar
revoltoso llevó a llamadas a la casa y suspensiones dentro de la escuela. Se
calmó inmediatamente y se convirtió en un alumno más serio y atento, un poco
más como Perry, quien también tomaba Adderall para el TDAH.
Cuando empezó la
vorágine química de la pubertad alrededor de los 10 años, no obstante, Quintn
se peleó en la escuela porque, dijo, otros niños insultaban a su madre. El
problema era que no pasó así; Quintn veía personas y escuchaba voces que no
estaban ahí, un efecto secundario reconocido, aunque raro, del Adderall.
Después de que
Quintn admitió ser suicida, Anderson recetó una semana en un hospital
psiquiátrico local, y el cambio a Risperdal.
Al contar todo
esto, los Rocafort llamaron a Quintn a la cocina y le pidieron que describiera
por qué le habían dado el Adderall.
“Para ayudarme a
concentrarme en mi trabajo escolar, mi tarea, escuchar a mamá y papá, y no
hacerles a mis maestros lo que solía hacerles, hacerlos enojar”, contó.
A pesar de las
experiencias de Quintn con el Adderall, los Rocafort decidieron usarlo con su
hija Alexis y su hijo Ethan. Estos niños no padecen el TDAH, dijeron los
padres. El Adderall es sólo para ayudarlos con las calificaciones, y porque
Alexis era, en palabras de su padre: “un poco depre”.
“Hemos visto los
dos lados del espectro: hemos visto lo positivo, hemos visto lo negativo”, dijo
el padre, Rocky Rocafort. Al reconocer que Alexis usa el Adderall por razones
“cosméticas”, agregó: “Si se sienten positivos, felices, socializan más y los
ayuda, ¿por qué no lo harías? ¿Por qué no?”.
Anderson dijo
que cada niño al que trata con medicamentos para el TDAH llenó ciertos
requisitos. Sin embargo, también clama contra esos criterios al decir que se
codificaron sólo para “hacer que algo completamente subjetivo parezca
objetivo”. Agregó que los reportes de los maestros llegan invariablemente con
la mención de comportamientos que garantizarían un diagnóstico, una decisión
que calificó de más económica que médica.
“La escuela dijo
que si tuviera otras ideas las haría”, dijo Anderson. “Pero las otras ideas
cuestan dinero y recursos en comparación con las medicinas”.
Anderson
mencionó que trata a menudo con la escuela primaria William G. Hasty en Canton.
Izell McGruder, la directora de la escuela, no respondió a varios mensajes en
los que se buscaban sus comentarios.
Varios
educadores contactados para este artículo consideraron al tema del TDAH tan
polémico – se usó incorrectamente el diagnóstico en algunos momentos, dijeron,
pero para muchos niños es una discapacidad grave en el aprendizaje – que
declinaron hacer comentarios. El superintendente de un importante distrito
escolar de California, quien habló a condición de guardar el anonimato, notó
que las proporciones de diagnósticos de TDAH aumentaron tan drásticamente como
se han reducido los fondos escolares.
“Da miedo pensar
en que hemos llegado a esto; el cómo no financiar la educación pública para
satisfacer las necesidades de todos los chicos ha llevado a esto”, señaló el
superintendente, refiriéndose al uso de estimulantes en niños que no padecen el
clásico TDAH. “No sé pero podría estar pasando justo aquí. Quizá no tan
intencionadamente, pero podría ser una consecuencia de que un doctor ve que un
chico reprueba en una clase abarrotada con otros 42 niños y a los padres
frustrados que preguntan que qué pueden hacer. El doctor dice: 'Quizá es TDAH,
vamos a probar’”.
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